Estar casada aumenta 7 horas al trabajo semanal

Quizá ésta sea una de las razones por las que le huímos al matrimonio

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Literalmente, hay que hacer malabares. Crédito: Shutterstock

Las mujeres enamoradas (o algo parecido) ya no piensan en convivir. Conozco muchas de distintas edades que tienen pareja cama afuera, mi madre entre ellas, y otras tantas casadas que querrían revertir dicho estado, o al menos mudarse solas y mantener cualquier formato de relación, pero bajo distintos techos.

Claro, y hay miles que todavía sueñan con hacer la aventura de la vida en común, pero la tendencia indica que la autonomía y la independencia acabarán y para siempre con el viejo y querido modelo Susanita, en franca decadencia desde que la mayoría paga sus propias cuentas y desde que el vibrador se ha convertido en el electrodoméstico más apreciado del boudoir femenino.

“En todo caso casarse es un plan, una excusa para hacer una fiesta y ponerse un lindo vestido, hacer un viaje, y compartir los gastos”, me explicaba días atrás la hija de una amiga.

Su pronóstico no está caído del mundo. Leo que en Estados Unidos actualmente hay más personas de entre 18 y 34 años que vive con sus padres que gente de la misma edad viviendo en pareja, según datos estadísticos del Pew Research Center. En Europa hacia 1991 el 64.6% de los varones y el 51.8% de las mujeres de entre 18 y 34 años vivían sin pareja, pero en el censo de 2011 esos números treparon hasta el 78.9% y el 68.%, respectivamente.

Le pregunto a una conocida que lleva diez años de novia por qué no convive de una vez y la respuesta es contundente: “¿… Para qué?” Y de alguna manera se entiende porque, entre otras cosas, hoy estar casada supone siete horas de trabajo extra en la semana y sin ninguna gratificaciòn material, sostiene un trabajo sobre igualdad de género liderado por el sociólogo Frank Stafford, del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan.

Para los estudiosos del asunto, hoy las jóvenes solteras usan 12 horas a la semana para las tareas domésticas mientras que a las casadas esas labores le insumen 60 horas, es decir, quintuplican el tiempo de fregado, peor si tienen hijos. Eso parece a la distancia una gran conquista si tenemos en cuenta que en 1976 las solas destinaban un promedio de 26 horas semanales a las tareas domésticas, mientras que los hombres tan sólo seis.

En fin, sigo creyendo que compartir la vida con la persona amada es edificante porque uno crece y mejora como individuo, claro, siempre que el otro valga la pena… ¡y lave su propia ropa! De lo contrario, ni la jubilación por ama de casa compensa la energía puesta en sostener la pose…

– Amanda Jot

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