Entre más simple, mejor

No sé a ustedes, pero a mí la cabeza me da vueltas constantemente pensando en las cosas que tengo pendientes. Pienso en los compromisos, en las metas y, en ocasiones,  hasta siento que no me alcanza el tiempo para mí misma, para la familia o para disfrutar las cosas básicas e importantes de la vida.

Hoy, tuve el privilegio de conocer a una familia muy humilde que vive a las afueras de la bella ciudad de San Salvador. Entré a su casa, hecha con cartones y no pude contener sentirme mal de no tener en mis manos el poder de darles una casa, una educación a los niños, que felices y descalzos corrían por la tierra.

Sin embargo, al hablar con ellos, pude entender que eran muy felices. Claro, la vida de dicha familia sería más cómoda si tuvieran un automóvil o un techo estable, pero no creo que podrían ser más felices de lo que ya son.

Me atrevo a decir que hasta son más felices que muchos de nosotros que tenemos una casita donde dormir y por lo menos un par de zapatos para evitar quemarnos los pies.

La madre tiene el privilegio de caminar a sus niños hasta la escuela todos los días, no hay teléfonos celulares en la mesa del comedor y nadie es juzgado por la marca de ropa que lleva puesta. Las amistades son de cariño, no de conveniencia y la mejor diversión es un carnaval comunitario. Esa, creo yo, es la felicidad completa.

Los seres humanos tendemos a preocuparnos mucho,  y entre más moderna sea nuestra vida, parece que nos complicamos más. Es como cuando vamos a ir a una fiesta y nos pintamos los labios de rojo, nos ponemos un collar grande, aretes llamativos y una cartera de lentejuelas.  En vez de vernos bien, nos vemos recargados y pasamos de lucir bonitas a vernos como un arbolito de navidad. Bien dicen los expertos en moda: “entre más sencillo, mejor”.

Los invito a que simplifiquen su vida. En lo personal, he decidido simplificar la mía. Dejar el teléfono a un lado, preocuparme menos por las cosas que no son importantes y tratar de estar realmente presente sea donde sea que vaya.

Al final de la conversación con esta la familia, la señora me pregunta, ¿cómo es Estados Unidos? Después de mostrarle fotos en mi teléfono y de contarle cómo es la ciudad donde vivo, me dijo “pobre gente que no viven”.

Era ella quien se sentía mal por mí. Creo que mis próximas vacaciones serán en esta pequeña aldea, de donde me tuve que salir en automóvil para poder tener acceso a internet y enviar este blog.

Espero sus comentarios,

Carolina Sarassa

@CarolinaSarassa

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Carolina Sarassa
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