Los que quedan atrás cuando el migrante se va buscando mejor vida (FOTOS)

Familias rotas, sueños por cumplir y a veces, cumplidos. Un proyecto de periodismo ciudadano cuenta la historia de los pueblos fantasmas, de los migrantes que volvieron y de las familias que se quedaron solas

Los estadounidenses conocen el tema de la inmigración de una manera muy general y a veces llegan a conocer a algunos de los inmigrantes que viven en su entorno, pero saben poco o nada de las comunidades que quedan atrás en los países que envían a esos inmigrantes, o de qué pasa con ellos o con sus familias.

Humanizar el tema de la inmigración de México a Estados Unidos fue el objetivo de un proyecto, patrocinado por una organización sin fines de lucro con sede en Washington D.C, que llevó a un grupo de ciudadanos comunes de seis diferentes nacionalidades a tres comunidades del estado de Yucatán, en México, uno de los más pobres del país: Tunkas, Cenotillo y Hoctún.

Durante 10 días, el grupo hizo 35 entrevistas en las aldeas, donde más del 60% de sus pobladores ha emigrado. “Son pueblos fantasmas”, cuenta Raúl Roman, co-fundador de la organización llamada UBELONG.

Las entrevistas y  muchas de las fotografías las hicieron ciudadanos comunes que se prestaron voluntariamente a participar. UBELONG se dedica a coordinar proyectos de voluntariado en diversas comunidades del mundo, en Latinoamérica y África principalmente.

Los que se quedaron atrás

En el viaje a Yucatán el grupo recogió las historias de las familias, muchas de las cuales están divididas o marcadas por la emigración de alguno o varios de sus miembros.

“Siempre escuchamos hablar del factor económico, pero pocas veces del efecto cultural y los temas emocionales y sociales que trae la migración, sobre todo la de aquellos que se quedaron o aquellos que volvieron, deportados o tras tener éxito en sus objetivos”, señala Román.

Una selección de las historias y las fotografías están siendo presentadas a partir de hoy en el Instituto Cervantes de Nueva York, y UBELONG cedió los derechos de las fotografías  y las historias para su publicación por este periódico.

El grupo encontró varios temas principales: la percepción de que los tiempos han cambiado y de que inmigrar hoy en día no es lo mismo que hace 10 años.

Está la historia de Cándido Adrián, de 81 años, uno de los últimos braceros vivos en Tunkas y que trabajó en Estados Unidos a principios de los años sesenta. Tras terminar su contrato dentro del programa bracero, regresó a Tunkas para luego volver en repetidas ocasiones a Estados Unidos, donde trabajó en una fábrica de accesorios para carros.

“Los tiempos han cambiado. Cruzar la frontera siempre ha sido durísimo pero ahora es incluso mas difícil. Lo peor es que ya no sabes si encontraras trabajo. Irse de mojado es correr un riesgo en busca de una vida imposible. Yo le diría a los jóvenes que no fueran”, le dijo Adrián a los visitantes.

Cándido, de 81 años, trabajó intermitentemente como bracero en California hace 40 años. “Los tiempos han cambiado. Cruzar la frontera siempre ha sido durísimo pero ahora es incluso mas difícil. Lo peor es que ya no sabes si encontrarás trabajo. Irse de mojado es correr un riesgo en busca de una vida imposible. Yo le diría a los jóvenes que no se fueran.”
Cándido, de 81 años, trabajó intermitentemente como bracero en California hace 40 años. “Los tiempos han cambiado. Cruzar la frontera siempre ha sido durísimo pero ahora es incluso mas difícil. Lo peor es que ya no sabes si encontrarás trabajo. Irse de mojado es correr un riesgo en busca de una vida imposible. Yo le diría a los jóvenes que no se fueran.”

Otro tema recurrente eran las familias rotas. Mario Ituralde, de 81 años, tiene cuatro hijos en Estados Unidos, el primero de los cuales emigró hace más de 30 años.  “La emigración ha terminado con la cultura del matrimonio en Cenotillo. Con tantos hombres saliendo para el norte esto se convirtió en un relajo. Muchas familias se han roto”, dijo Ituralde.

Muchas mujeres se quedaron sin sus maridos. Sara, de 44 años, vio marchar a su marido, con el que tuvo dos hijos, hace 17 años. Como ocurre a la mayoría de las mujeres de la zona, su marido siguió mandando un poco de dinero cada mes pero no volvió. “Cruzar la frontera cambia, pero casi siempre para peor”, dijo.

Un tema poco explorado es cómo la emigración erosiona la cultura de la zona, la cultura maya.  Muchos migrantes yucatecos tienen hijos en Estados Unidos y estos ya no hablan maya (y a veces ni siquiera español) y los padres indocumentados se convierten en “hijos”, dependientes de sus hijos angloparlantes.

Martha Parra de 81 años y su marido Faustino, de 84, tienen hijos, nietos y bisnietos en Estados Unidos.

“Estamos contentos de que casi toda nuestra familia tenga una vida mejor en los Estados Unidos, pero también estamos tristes de que nuestra cultura y nuestra forma de vida vayan poco a poco desapareciendo del futuro de nuestra familia”, dijo Martha.

Martha, de 81 años, y su marido Faustino, de 84, un matrimonio que ahora tiene hijos, nietos y bisnietos viviendo en Estados Unidos. Dice Martha: “estamos contentos de que casi toda nuestra familia tenga una vida mejor en los Estados Unidos, pero también estamos tristes de que nuestra cultura y nuestra forma de vida vayan poco a poco desapareciendo del futuro de nuestra familia”.
Martha, de 81 años, y su marido Faustino, de 84, un matrimonio que ahora tiene hijos, nietos y bisnietos viviendo en Estados Unidos. Dice Martha: “estamos contentos de que casi toda nuestra familia tenga una vida mejor en los Estados Unidos, pero también estamos tristes de que nuestra cultura y nuestra forma de vida vayan poco a poco desapareciendo del futuro de nuestra familia”.

Gracias por venir a escucharme

Román, de UBELONG, comenta que la experiencia del grupo que fue a Yucatán fue extraordinaria. “Para ellos fue increíble estar en contacto con todas estas personas, pero también para los residentes de las aldeas, que abrieron sus puertas de par en par para contar sus historias, odiseas y sentimientos”.

Juan Ruiz, de 80 años, pasó casi 40 años en Estados Unidos y ahora está de regreso en su Cenotillo natal. Tiene residencia en Estados Unidos y regresa a menudo a ver a sus hijos ciudadanos. “Gracias por escucharme”, les dijo. “Nunca pensé que alguien vendría a mi casa a escuchar la historia de mi vida”.

“No nos podemos quedar con los datos económicos de la migración”, comentó Román. “Esa migración trae cambios sociales, culturales y emocionales que no se pueden ignorar. La estigmatización del migrante sin documentos es una injusticia. Esperamos que este proyecto contribuya a iluminar un poco la dimensión humana del migrante mexicano a Estados Unidos”.

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Mari, de 24 años, con su hijo José, que nació en Orlando, Florida, durante los siete años que vivió allí. “Mi madre y mis dos hermanos todavía están en Florida. Mi papá fue deportado las cinco veces que intentó reunirse con nosotros allí. Me regresé a Mérida hace dos años para estar aquí con mi papá.”

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