Capos mexicanos de la coca acechan calles de Nueva York

Sin llamar mucho la atención, estos narcotraficantes han logrado introducir la droga en los barrios latinos del estado

Plaza dedicada al periodista cubano Manuel de Dios Unanue, quien se hizo popular denunciando a los carteles colombianos de la droga que operaban en NY.

Plaza dedicada al periodista cubano Manuel de Dios Unanue, quien se hizo popular denunciando a los carteles colombianos de la droga que operaban en NY. Crédito: EDLP

Lejos de la riqueza y exceso asociada a los capos Arellano Félix en las décadas de los 80 y 90, los peces chicos de la sofisticada red del narcotráfico mexicano procuran no llamar la atención en los vecindarios hispanos de Nueva York.

El Rosa, un distribuidor minoritario y ocasional consumidor de cocaína que pasa desapercibido por su facha de comerciante, observa el vibrante escenario bajo las vías del tren 7. Conoce Jackson Heights hace dos décadas y de inmediato identifica los rostros nuevos.

“Se ve quién es policía, aunque vengan de encubiertos”, dice. “La ropa de civil no les quita el porte”.

El inmigrante mexicano asegura que la mayoría de sus ingresos son legítimos. “Soy la conexión entre el que compra y el que vende los 20 (bolsitas de cocaína de $20). Un dinero extra que me entra”, dice. “Vienen a mi negocio, hacen sus arreglos y se van”.

A unas cuadras de donde El Rosa tiene su negocio, fue asesinado el periodista Manuel de Dios Unanue, exdirector de El Diario/La Prensa y agudo periodista de investigación.

De Dios, que se hizo popular denunciando a los carteles de droga colombianos, fue muerto dentro del restaurante Mesón Asturias, al lado donde está la plaza que hoy lleva su nombre, el 11 de marzo de 1992. Su asesino fue identificado como Alejandro Wilson Mejía Vélez (18), un indocumentado que presuntamente actuó bajo las ordenes de José Santacruz Londoño, jefe del Cartel de Cali.

Hoy, las calles son aparentemente tranquilas pero después de una investigación de dos meses y varias entrevistas a traficantes minoritarios y agentes de la Administración para el Control de Drogas (DEA), El Diario puede confirmar que el negocio de la droga continúa, esta vez en manos de los carteles mexicanos.

Erin Mulvey, agente especial de la DEA, expresó que hace dos décadas muchos colombianos eran arrestados por narcotráfico, pero en la actualidad son más los mexicanos apresados.

“La violencia relacionada con las drogas en Nueva York es producto de las batallas territoriales de las pandillas en los desarrollos de vivienda locales”, explicó Mulvey. “En la ciudad la violencia está en el nivel de distribución, no en el nivel del cártel”.

En este contexto, El Rosa aseguró que “no hay una mafia mexicana en Nueva York como en Chicago, pero seguro tendremos una en pocos años”.

El informante agregó que ante la presión de la DEA y otras fuerzas del orden, los traficantes menores optan por las operaciones en ciclo.

“Vendes por seis meses o un año y lo dejas, pero sin perder a tus compradores. Luego vuelves al negocio. La policía no viene por el pez chico, pero lo investiga para dar con el grande”, dijo. “La Policía te deja para saber qué haces”.

Dos informantes revelaron que los traficantes menores de cocaína y otros estupefacientes también estarían vinculados con la trata de blancas y la venta de documentos falsos. Eso confirma la información de Teresa Ulloa, directora de la Coalición Regional Contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y El Caribe (CATWLAC), quien dijo en 2012 a El Diario que los cárteles protegían a los proxenetas y garantizaban su paso por la frontera, especialmente por Arizona.

“Algunos que venden papeles falsos, también venden mujeres y droga. Es el famoso ‘delivery’ en el que no sólo te llevan a la chica, también la cocaína”, dijo El Rosa. “Muchos de los que compran mujeres son adictos, ahí está el negocio”.

El Carnal, un exvendedor de documentos falsos, también dijo que algunas tiendas de artículos mexicanos en la Ave. Roosevelt serían una fachada para el narcotráfico y el comercio sexual. Sin embargo, los tentáculos de los traficantes se extienden a otros condados y suburbios.

Washington Heights, El Bronx, Long Island, Harlem, el condado de Westchester y zonas rurales de Nueva Jersey y Pensilvania son algunas de las zonas más recurrentes de incautaciones y arrestos relacionados con el tráfico de heroína y cocaína, según la DEA.

“Cada vendedor es dueño de una esquina”, dijo El Carnal. “Funciona en forma de pirámide. Hay un distribuidor que tiene a unos cuatro trabajando para él y esos tienen a otros en las calles”.

El Carnal, quien vendió documentos falsos por más de una década, dijo que el disfraz de repartidor de comida es efectivo para hacer las entregas de droga o documentos falsos.

“Me acuerdo del escándalo cuando agarraron a unos repartidores de pizzas que llevaban la droga. No es la gran novedad. Los paisanos se mueven así hace como 15 años”, dijo el inmigrante mexicano.

En mayo de 2013, Ramón Rodríguez y Jonathan Martínez, quienes trabajaban para un franquiciado de Papa John’s en Sunset Park, fueron arrestados por distribuir cocaína en sus entregas de pizzas.

“Algunos dueños de restaurantes no saben que sus deliverys (sic) se dedican a eso, pero otros si saben y reciben una tajada (un porcentaje de la venta) por debajo de la mesa”, indicó El Carnal.

Al igual que el negocio de El Rosa sirve de punto de intercambio entre vendedores y compradores de droga, otras empresas legítimas también se usan para operar redes de narcotráfico entre México y Estados Unidos.

En agosto, una red de tráfico de cocaína que operaba en Amityville, Long Island fue desmantelada luego de una investigación que comenzó en junio de 2013, cuando se incautaron 20 kilos de cocaína enviados por correo a Juan Funes (39), pequeño empresario y cabecilla de la banda.

La droga era transportada en camiones de carga y camionetas de México al sur de California, y luego se enviaba por correo al Condado de Suffolk, en donde Funes la revendía a otros traficantes.

El fiscal federal Thomas Spota no ocultó su sorpresa ante la “doble vida” de los implicados, quienes se mezclaban en la comunidad como trabajadores comunes.

“Es un caso atípico (…) Funes dirigía un servicio de limpieza con 30 empleados, muchos de ellos miembros de la banda de narcotraficantes”, dijo Spota en un comunicado de prensa.

Otros de los acusados también tenían un empleo legítimo, como Víctor Núñez, taxista; Rafael Rodríguez, co-dueño de un negocio de plomería, Jesús Simi, bodeguero, y Juan Rosario, quien trabajaba en la fabricación de anteojos

La calle no es el único coto de los traficantes mexicanos, y algunos se codean en las esferas privilegiadas del poder político y empresarial. El caso más famoso ocurrió en marzo de 2008, cuando la comunidad mexicana se cimbró con el arresto en Nueva York de Rubén Gil Campos, entonces alcalde de la ciudad de Izucar de Matamoros, Puebla. “El Gavilán” enfrentó cargos por traficar cocaína a Nueva York entre 2005 y 2007 a través de su compañía Gil Moving & Storage.

Pero antes de ser conocido como el “narcoalcalde”, Gil —fundador de Casa Puebla en Los Ángeles, California— fue un visible líder comunitario y presumiblemente amigo del exgobernador poblano Mario Marín Torres y del excandidato a la gubernatura del estado de Puebla, Javier López Zavala, entre otros funcionarios estatales.

“Rubén Gil estaba podrido en dinero mucho antes de que fuera alcalde”, dijo una fuente cercana a empresarios mexicanos que prefirió el anonimato. “Cuando Marín estaba en campaña y visitó Nueva York, por ahí del 2004, Gil pagaba las cuentas de miles de dólares en las suites más lujosas. No le dolía dar el tarjetazo”.

Según el informante, Marín y Gil celebraron varias reuniones en negocios de empresarios mexicanos de NJ y NY.

“Conocidos empresarios y líderes mexicanos de Nueva York eran parte del mismo círculo”, apuntó. “Muchos no sabían o no querían saber. Era un rumor como el que muchos empresarios conocidos, que salen en la prensa como inmigrantes exitosos, eran polleros y de ese dinero se hicieron de sus negocios”.

De acuerdo con documentos de corte (caso 07-CR-1169), Gil Campos fue liberado por compasión en 2012 por el juez federal Leonard B. Sand —del Distrito Sur de Nueva York— a raíz de su deteriorada salud.

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